lunes, 31 de agosto de 2015

La esperanza en el futbol: Hope Solo.

Posee unos ojos verdes que son capaces de perder a quien la mira. Una belleza que irradia dulzura a cada paso que da, pero además Hope Amelia Solo presume de una cualidad envidiable para muchos: Sabe volar. Nacida en una pequeña comunidad de Washington la capital de los Estados Unidos esta mujer decidió desde pequeña el camino a seguir; dentro de una cancha de futbol y sobre todo como guardiana excelente de la portería.
Su nacimiento precisamente no se dio en las condiciones normales, pues sus padres la engendraron en el reclusorio, donde el señor Jefrey Solo, ex combatiente de la guerra de Vietnam, cumplía una condena por robo. Lejos de esa turbulencia a los siete años de edad fue precisamente su padre quien le entregó a Hope uno de los mejores regalos de su vida, enseñarla a jugar futbol soccer.
De manera constante Hope y su familia eran víctimas del alcoholismo atroz del señor Solo, quien muchas veces hurtó los ahorros de su propia hija para satisfacer su vicio por la bebida, además de un secuestro planeado y llevado a cabo por el mismo hombre que le dio la vida, pero en el mundo interno de la valiente chica de ojos verdes siempre existió una alegría que alejaba cualquier nubarrón, jugar con el alma al futbol.
Perfil absoluto de líder, fortaleza, concentración inquebrantable, y lances felinos que la hacen volar por el esférico son las características más destacadas de esta mujer quien además es la capitana de la Selección Femenil de los Estados Unidos, una de las escuadras más poderosas a nivel mundial en el balompié femenil.
Ganadora de dos medallas de oro olímpicas en Pekín 2008 y Londres 2012 Hope es una mujer que demuestra en cada partido que disfruta de su pasión se le ve sonreír sin restricción cuando ataja el balón. La fuerza y precisión de sus despejes para arrancar con los ataques de su equipo es una constante para la guardameta norteamericana.
Fuera de las canchas la belleza de Hope Solo acapara los reflectores, modelo de las revistas deportivas más destacadas, la chica de los profundos ojos verdes nos recuerda tal como la traducción de su nombre, cuando realizas de corazón lo que más te apasiona la esperanza jamás saldrá con la derrota.




viernes, 28 de agosto de 2015

Desde la banca: Vicente del Bosque


Puede presumir de una destacada carrera como futbolista profesional en la que disputó 441 partidos desde su debut en el Salamanca en 1968 hasta su exitoso paso con el Real Madrid donde echó raíces y conquistó un total de nueve títulos con la casaca merengue. Digna credencial para que Vicente del Bosque González fino mediocampista de contención labrara un destino final fabuloso desde la banca como Director Técnico.
Primer timonel español que ha conquistado un Campeonato Mundial de la FIFA en Sudáfrica 2010 para la Madre Patria al comandar a una ‘Furia Roja’, sino espectacular, si muy efectiva y con una media cancha de privilegio bajo la batuta de Xavi Hernández y Andrés Iniesta, los excepcionales mediocampistas del Futbol Club Barcelona, quienes se convirtieron en piedra angular del sistema táctico de 4-2-3-1 de Vicente del Bosque el hombre que hizo realidad el sueño del pueblo español.
Esforzado en todo momento en que dentro de sus oncenas exista la buena convivencia, el timonel español logró la armonía perfecta en el evento indicado al preparar a un equipo que logró imponer condiciones pese a sufrir un revés por la mínima diferencia a manos de Suiza, y derrotar en fila a Honduras y Chile en la primera fase.
En la segunda fase del Mundial de Sudáfrica se tachó el futbol de los españoles de poco atractivo para la tribuna, pero ideal para los objetivos que gestaba desde la dirección técnica Vicente del Bosque exponer a una sólida escuadra con una clara idea de juego que respetó en todo momento a los rivales, a los que derrotó por lo mínimo, pero con humildad y respeto dentro del terreno de juego, tal como la esencia de Del Bosque, humilde, trabajador y respetuoso como ser humano.
Dicha característica tiene una raíz: la armonía de sus 30 años de matrimonio con su mujer Trini, tres hijos que se convirtieron en su motor: Vicente, Álvaro y Gema, siendo precisamente el segundo de ellos su luz especial, debido a que Álvaro es un joven con Síndrome de Down, a lo que el técnico campeón del mundo ha declarado con toda ternura y buen corazón.
Al principio fue muy duro, decía porque me tocaba a mi y no a otro?. Una situación diaria así en casa te hace revitalizar las cosas. Te vuelve más sensible, nos da mucha tranquilidad. Álvaro es una bendición para todos nosotros”.
Los conceptos en torno al futbol del llamado “Marques” del Bosque destilan un enorme respeto en cada palabra que enuncia, el mismo respeto y humildad que le ayudó a consumar el sueño de una nación entera: Levantar en todo lo alto la Copa Mundial de la FIFA.



miércoles, 26 de agosto de 2015

Eduardo Sacheri

Yo me hice amigo de mis amigos jugando al futbol, yo aprendí a respetar un monton de reglas jugando al futbol, yo conocí la índole de un montón de gente jugando al futbol.
El futbol te enseña que no te alcanza con sacrificarte. Pero... ¿Si no te sacrificás?
Me parece que el futbol es una fuente de experiencia y conocimiento que aplicás a toda tu vida.

Eduardo Sacheri


martes, 25 de agosto de 2015

El futbol sin derrota: Paul Gascoigne

Es sin ninguna duda una de las estrellas que más dolió a muchos que se apagara en el firmamento británico, sobre todo porque en la cancha no dejaba de mostrar su verdadera esencia: Entregado, talentoso, con un deseo sin igual por la conquista de la victoria. Se ubicaba siempre en el centro del campo, quizá uno de los pocos instantes en los que le daba ese “centro” a una existencia donde los claroscuros han sido una constante para Paul George Gascoigne.

Gazza” como lo llaman sus allegados surgió de una familia de clase baja en Gateshead, Inglaterra cuyos miembros desde el principio luchaban por establecerse en un solo lugar, pues los cambios de domicilio y trabajo de sus padres y hermanos formaban parte de la rutina diaria. La práctica del futbol en un niño con sus condiciones de vida más que una diversión fue una válvula de escape, no importaba si lo hacía en los barrios bajos de su comunidad o en una cancha improvisada, Gascoigne encontró en el balompié la actividad que lo realizó en la vida.
A los 17 años gracias a sus condiciones y a la fortaleza de carácter se convirtió en el capitán dentro del equipo de su categoría en el Newcastle United donde de inmediato llamó la atención por su excelso manejo con el balón su disparo de media distancia, técnica individual y una mentalidad 100% ofensiva que lo empujaba con furia a buscar la portería contraria. En esa temporada como líder del equipo levantó la FA Cup y colaboró de manera fehaciente en la victoria ál marcar dos goles en la final ante el Watford, sus festejos bestiales eran la catarsis de un chico que no había tenido una vida sencilla desde el principio.
Tras la destacada actuación de Paul las puertas del primer equipo del Newcastle se abrieron de inmediato donde ya Jack Charlton, entrenador histórico del futbol inglés ya lo esperaba para terminar de pulir a la nueva joya del futbol en Inglaterra, pero su carácter hostil y el aciago pasado familiar, donde la muerte de su padre y el suicidio frente a sus ojos del que fuera su mejor amigo lo marcaron de por vida para convertirlo en un futbolista afecto a los escándalos sea por su excesivo gusto por la vida nocturna, las mujeres y el alcohol.
En el Mundial de Italia en 1990 llegó uno de sus momentos de brillo dentro de las canchas. Formó parte de una escuadra en la que destacaron nombres como los del arquero Peter Shilton, los defensas Stuar Pearce Terry Butcher, Des Walker, los volantes Steve Macmahon, David Platt Bryan Robson y la bujía y nuevo baluarte en ese entonces, Paul Gascoigne hicieron soñar a miles de ingleses con viejas glorias como las de 1966, donde además de ser anfitriones los ingleses se proclamaron como monarcas.
Durante la competencia Paul Gascoigne no defraudó a nadie titular en todos los partidos disputados por el equipo dirigido por Bobby Robson ayudó a Inglaterra con su futbol a llegar hasta las semifinales al ser derrotados por Alemania, a la postre Campeón de aquel mundial celebrado en territorio italiano.
Lo hecho en Italia le valió al mediocampista inglés un buen contrato con la Lazio de Roma, donde gracias a sus conocidos excesos, Paul Gascoigne no pudo brillar lo que se esperaba. Esos fueron los momentos más oscuros de una estrella fulgurante que destacaba en televisión más por sus excesos y el escándalo que por lo hecho en el terreno de juego, el futbolista de las memorables rabietas causadas por su fastidio a perder descendía de manera estrepitosa a los infiernos.


Su retiro se dio en 2004 tras infructuosos intentos por volver a congraciarse con el futbol. En la actualidad y después de varias recaídas Paul Gascoigne libra el partido más importante fuera de las canchas, internado en un centro de rehabilitación contra el alcohol, “Gazza” lucha por recuperase como padre de familia, hombre y ser humano. Vuelve a luchar Paul Gascoigne, vuelve a hacer esas rabietas descomunales, porque el partido por la vida es uno de los que no quieres perder por nada del mundo. 

viernes, 21 de agosto de 2015

Equipo de época: Sao Paulo

Fueron el icono del mejor futbol brasileño que se había desplegado después del deslumbramiento de la selección amazónica campeona del Mundo en México 1970. Si en la década de los 90’s Europa presumía al mundo entero a escuadras como el AC Milán, Ajax de Ámsterdam, Real Madrid y FC Barcelona América hacía lo propio con el Sao Paulo de Brasil comandado por el Profesor Telé Santana, el hombre quien pudo definir el “jogo bonito” para llevarlo a la misma altura del Cristo del Corcovado y ser admirado por los aficionados al deporte más popular del mundo.
El juego del “Tricolor de Morumbi” como se le conoce a la oncena participante en la liga paulista se caracterizaba por un juego colectivo casi sinfónico y a las generosas individualidades que enamoraban a la tribuna, complementado a la perfección por una asombrosa efectividad frente al marco rival que hicieron del Sao Paulo el equipo de la década en el continente americano.
Zetti en la portería una línea de cuatro defensas conformada por uno de los mejores laterales que ha dado el futbol, Cafú, los fuertes e impasables Valber y Ronaldao, además del bólido Ronaldo Luiz eran los habituales integrantes de una defensa que retaba al mismo hierro dentro del terreno de juego.
En la mitad de la cancha el “cuadrado” de Telé Santana lo formaron la inspiración de Raí, el toque fácil de Adilson, la visión de campo de Pintado y la tranquilidad que otorgaba un hombre como Toninho Cerezo con el balón en los pies resultaron baluartes para llevar a buen puerto los mortíferos avances del Sao Paulo hacía el área rival.
El “jogo bonito” de Telé Santana y sus discípulos encontraron feliz destino en un aparato ofensivo que no se cansó de anotar goles con Palinha y Muller como los encargados del fascinante trabajo dentro de la cancha Sao Paulo fue una escuadra que llevó a sus vitrinas cualquier título que se puso en su camino.
El mismo Barcelona de Johan Cruyff rindió pleitesía al Sao Paulo en la final de la Copa Intercontinental en 1992 al derrotarlos con marcador de 3-1 en Tokyo, al mismo Barcelona que lo consiguió todo en el Viejo Continente, el equipo brasileño que juega en Morumbi le dio una lección de futbol basado en un alegre juego de conjunto y un pacto indestructible con el gol.
El AC Milán dirigido por Fabio Capello también cargó con la derrota con marcador de 3-2 frente al “Soberano” del futbol brasileño en 1993, también en Tokyo, Japón y en la misma instancia que el Barcelona un año antes, la Final de la Copa Intercontinental. ¿Algo más que demostrar se le exigía al poderoso Sao Paulo?

Así el futbol brasileño presume en su longeva y rica historia al Sao Paulo un equipo con un magistral director de orquesta como Telé Santana y un conjunto de jugadores capaces de enamorar a la tribuna y al mismo balompié con efectividad, concentración y por supuesto alegría.  


jueves, 20 de agosto de 2015

El Rey del Teatro de los Sueños, Eric Cantona


Es habitante del mundo de la imaginación, hombre surgido en el ambiente rural francés y considerado por muchos un mago rebelde cuando se ofrendaba al público del mismísimo Old Trafford, casa del Manchester United, escuadra en la que Eric Cantona creo su propio mito, adorado por muchos, odiado por otros tantos.
Exquisita técnica individual, solapa levantada y un número 7 que era capaz de levantar en hombros a todo su equipo en pos de la conquista del gol y por ende la victoria. Capaz de amar y odiar al futbol con la misma intensidad su explosivo e impredecible carácter la acarreó más de una dificultad en su paso por el terreno de juego, sea con rivales, árbitros, técnicos, compañeros e incluso aficionados. Todo en el fino atacante francés era al límite, jamás existieron puntos intermedios.
Fuerza, entrega, liderazgo, pasión es lo que le caracterizó a Eric Cantona a lo largo de su carrera futbolística iniciada en 1983 con el Auxerre y que concluyó en 1997 con los Diablos Rojos de Manchester, Inglaterra 165 goles anotados y una negra estela de hombre explosivo debido al célebre incidente donde propinó una patada voladora a un aficionado durante un partido ante el Crystal Palace en 1995, misma que le acarreó ocho meses de suspensión, tiempo empleado por Cantona para profundizar en otras de sus pasiones, voraz lector, pintor dedicado y digno ejecutante del saxofón.
Sea por decisión propia o por esa rebeldía que le calcina los huesos el delantero francés nunca participó en una Copa del Mundo. “Bien señores sólo estoy este día aquí para anunciar que me retiro del futbol simplemente porque he dejado de divertirme”, fue la sincera declaración del futbolista galo tras saberse reactivado para retornar a las canchas luego de cumplirse aquellos ocho meses de suspensión.
Luego de dejar pasar un tiempo entre meditación y hondas reflexiones al otrora capitán del Manchester United le surgió una nueva tribuna para desplegarse con la libertad con la que siempre se mostró: el Cine, arte donde hasta la fecha se desenvuelve como pez en el agua, sobre todo en la cinta “Buscando a Eric” del director inglés Ken Loach donde se interpretó a si mismo, una reivindicación de su persona hacía el futbol que le había dado tanto.
Sobresale un diálogo del propio Cantona en dicha película en la que explica su postura ante el balompié: “Los aficionados al futbol acuden a un estadio a recobrar la alegría, la sorpresa, siempre esperan un regalo. Yo siempre estuve dispuesto a darles ese regalo”.

Genio y figura Eric Cantona tocó muchas veces su propio Olimpo, se entregó en cuerpo y alma al balón cada vez que con los pies lo acariciaba para hacerlo rodar sobre el césped y sí, sin duda fue el Rey del Teatro de los Sueños. 


lunes, 17 de agosto de 2015

Desde la banca con: Ricardo Gareca.

Aferrado como pocos a su convicción. “Prefiero aferrarme siempre al sí que al no” es un enunciado común del poco ortodoxo timonel argentino. Es la firme mentalidad de un tigre argentino capaz de bailar en el fuego con tal de defender la capacidad de los jugadores que dirige desde cualquier banca alrededor del mundo, sea Argentina, Brasil, Colombia o Perú. Ricardo Alberto Gareca Nardi sabe de primera mano lo que es trabajar el futbol desde diferentes perspectivas, llámense geográficas, físicas, ideológicas, incluso estructurales.
Formado como futbolista profesional en el equipo de la mitad más uno del futbol argentino, Boca Juniors, institución a la que llegó para probarse prácticamente en todas las posiciones de la cancha, primero como guardameta, luego mediocampista y finalmente como delantero Gareca, responsable directo de la clasificación del cuadro celeste a la Copa del Mundo de México 1986, gracias a su gol de último minuto ante Perú, sufrió en esa época la mayor tristeza que le ha dejado el balompié. Pese a su acto heroico resultó marginado de la lista definitiva de Argentina para viajar a tierra azteca, país donde a la postre el representativo sudamericano se alzó como Campeón del Mundo. El entorno futbolístico le había dado su primera cachetada al Tigre de Tapales, pequeña provincia de Buenos Aires.
La oportunidad de llegar a ser director técnico llegó en el mejor momento para Ricardo Gareca, quien en todo momento se ha mostrado con un hombre que no se “casa” con ningún sistema de juego. Así lo demostró desde su etapa en Vélez Sarsfield, después en Colombia con el Unión de Santa Fe e incluso en Brasil con Palmeiras, el timonel argentino lo mismo echó mano del 4-4-2 que del 4-3-3 para enviar a la cancha a sus oncenas.
Como buen “Tigre” trotamundos Ricardo Gareca tiene como prioridad explorar el terreno al que llega, y en base a ello se queda con lo mejor que las condiciones físicas de sus jugadores e incluso la geografía en la que se desarrollan como futbolistas los hombres que tiene en mente para conformar sus equipos resulta fundamental dentro de su concepción futbolística.
En los fundamentos de Ricardo Gareca ningún sistema será tan bueno como los hombres de los que disponga para jugar. Deposita una confianza de hierro en los hombres que manda a la cancha para desarrollar el juego. Tal como si realizará una declaración silenciosa “Voy a confiar plenamente en los jugadores que tengo”. Como para borrar ese mal recuerdo de su no asistencia al Mundial de 1986 en México.
Así lo hizo en sus primeros días como timonel de la Selección Nacional de Perú, escuadra que acumula más de 30 años sin asistir a un Campeonato Mundial de la FIFA. “El jugador peruano siempre ha tenido toda la capacidad para jugar al fútbol. Lo que ha pasado es que por estas situaciones difíciles de no llegar a un Mundial perdió un poco la confianza, pero poco a poco va a recuperarla, porque la historia del futbol en Perú es más rica incluso que en muchos países”, declaró Ricardo Gareca a pocos días de tomar el timón del seleccionado inca,
Durante la celebración de la pasada Copa América en Chile 2015 Perú se convirtió en la grata sorpresa del certamen al mostrar un futbol alegre, rápido, revitalizado, capaz de oponer resistencia al más fuerte de los contrincantes que le hizo conquistar el tercer lugar en el continente americano. En esa metamorfisis del balompié inca mucho tiene que ver la confianza inquebrantable de un “Tigre” llamado Ricardo Gareca.


Títulos de Ricardo Gareca 1 Copa Sudamericana (Vélez Sarsfield) 2 Campeonatos de Primera División en Colombia (América de Cali) 3 campeonatos del Futbol Argentino (Vélez Sarsfield).


domingo, 16 de agosto de 2015

El último gol de Darío Silva por Alberto Salcedo Ramos

UNO
Darío Silva avista una vieja pelota en el patio de su casa paterna. Mientras va a buscarla lo observo con atención. Me sigue asombrando que camine con tanta seguridad. En septiembre de 2006, cuando sufrió el accidente de tránsito que lo apartó del fútbol, muchos pensaron que quedaría cojo. Pero hoy no solo camina sin renquear sino que además es capaz de bailar candombe. Si algún extraño irrumpiera ahora en este lugar no se percataría de que tiene una prótesis en la pierna derecha.

Silva sacude la pelota contra el tronco de un árbol, la hace girar entre sus manos callosas. A continuación retoma el tema que interrumpió hace un momento: su indisciplina como futbolista. Dice que en la Copa América de 2004, disputada en Lima, se escapó todas las noches del hotel donde estaba concentrado con la selección uruguaya; que cuando jugó en Peñarol llegó muchas veces trasnochado a la cancha; que durante su periodo en el Portsmouth se volvió más fiestero.

—¿Cómo hacías para volárteles a los ingleses?
—Allá los equipos no se concentran antes de los partidos. Es más fácil salir de noche.
—Con razón el Portsmouth en esa época no levantaba cabeza.
—Y en esta, tampoco.

Entonces suelta la carcajada.

—Lo que pasa, ¿viste?, es que ellos confían en uno. Uno es adulto y sabe cuidarse.
—Sobre todo, cuidarse. Entiendo.

Silva vuelve a carcajearse. Luego dice que los futbolistas no forjan sus amistades en las canchas sino en los boliches. En las canchas, explica, él solo veía fecha tras fecha a los once jugadores del equipo contrario. Tenía que enfrentarlos y punto. A lo sumo intercambiaba con ellos un saludo durante el protocolo inicial o una palabra durante el partido. En los bares, en cambio, se topaba con multitudes de futbolistas, especialmente los domingos por la noche. Allí sí era posible intimar porque la presión de la competencia había quedado atrás.

Uno de esos amigos conseguidos en los boliches fue el panameño Julio César Dely Valdés. Cuando se conocieron, Silva pertenecía al Peñarol y Valdés, al Nacional. Pese a la rivalidad de sus equipos, tuvieron química desde el comienzo. Se emborrachaban después de los partidos, salían juntos con mujeres, compartían sus discos. Años después la vida les dio la oportunidad de jugar en el mismo club, el Málaga de España, donde conformaron una dupla goleadora. Silva cree que se entendían tan bien en las canchas porque habían intimado muchísimo durante las noches de farra.

DOS

—Cuando me ven en la calle se quedan locos los hijos de puta. Vos viste que yo no cojeo. Seguro piensan: “¿Y este no tenía una pata de palo?”.

Si hay algo que me ha impresionado en los cuatro días que he pasado con Silva es su procacidad. También, la habilidad de su pie artificial. Con ese pie encendió la moto de su hermana Andrea para llevarme a conocer el río Olimar. Con ese pie pateó una lata vacía de gaseosa en el barrio La Agraciada. Con ese pie saltó emocionado cuando su hijo Diego, de diez años, anotó un gol. Aquella tarde confirmé que en la cultura rioplatense el fútbol tiene unos rituales de iniciación similares a los del amor: acompañar al hijo en la cancha es como apadrinarle la primera novia.

Con el pie de la prótesis, digo, corrió hasta alcanzar un taxi que estaba detenido en el semáforo. Cuando nos acomodamos le dije al taxista que Darío Silva debe de haber sido el futbolista más indisciplinado de Uruguay en todos los tiempos.

—No crea —respondió, mirándome con malicia a través del espejo retrovisor—: los hemos tenido peores.
—¡O’Neill, O’Neill! —exclamó Silva, muerto de la risa.
—¿De dónde es usted? —preguntó el taxista.
—Colombiano.
—¿Ya vio la noticia de Fabián O’Neill?
—No.
—Ayer publicó un libro en el que habla de su indisciplina. Ha habido mucho revuelo.
—Peor que yo el hijo de puta —exclamó Silva entre risas—. Cuando estaba pequeño le llenaban la mamadera de vino.

Con ese pie recorrió varias cuadras para llevarme al restaurante donde gastó su primera mesada como esquilador de ovejas. Pidió ensalada rusa, bebió cerveza, afirmó que nunca más volverá a manejar un automóvil. Prefiere movilizarse en la motocicleta de su hermana o caminar. La camioneta donde andaba el día del accidente —añadió— quedó inservible. Sin embargo, se la vendió a una señora millonaria que colecciona objetos raros.

TRES

Silva me muestra el pie derecho. Dice que desde el primer momento se sintió cómodo con la prótesis, sin duda porque fue amputado por debajo de la rodilla, así que conservó la flexibilidad.

—Fue una cosa ilógica que ni yo mismo entendí —señala, y raspa el balón con las uñas.

Luego vuelve a hablar de su ética de trabajo como futbolista. Antes de hacer juicios hay que analizar muchas cosas, dice. Por ejemplo, él se mantuvo juicioso cuando jugó en el Cagliari, y sin embargo, solo marcó veinte veces en los cuatro años que duró el ciclo. En el Málaga, a pesar de que volvió a las juergas, duplicó sus goles. A él la disciplina excesiva le resecaba el alma, advierte. Por eso rendía más cuando disfrutaba la noche, así durmiera poco. Nada lo motiva más que amanecer entre los brazos de una mina. Eso es como reabastecerse de energía: le dan ganas de entrar a la cancha silbando y jugar cinco partidos seguidos.

Silva arroja el balón al suelo, me muestra su teléfono móvil.

—¿Ves cuántas rayitas le quedan a la batería?
—Una sola.
—Exacto. Cuando vos te pasás la noche garchando con una mina, la carga te llega hasta acá.

Y toca la pantalla con uno de sus dedos gruesos. Noto que tiene las uñas sucias.

Me asombran, digo, esas manos tan ásperas. Él responde que durante la mayor parte de su vida ha sido labriego. De niño esquiló ovejas, de adolescente ordeñó cabras. En aquella época el fútbol era apenas una diversión. Por las tardes se iba a jugar con sus amigos en cualquier calle del barrio. Los partidos se disputaban sin árbitros, sin reglas, y terminaban solo cuando la oscuridad de la noche imposibilitaba ver la pelota. Entonces aparecían los padres para ofrecer un brindis. Había vino, empanadas y, en algunas ocasiones especiales, bife. Al día siguiente todo el mundo retornaba a sus deberes.

Para Darío Silva, el fútbol era eso: respiro, camaradería. Pausa entre una jornada cumplida y otra por cumplir. En Treinta y Tres, el pueblo donde nació, las opciones siempre han sido escasas: laburo en el campo para garantizar el pan, fútbol en los ratos libres para entretenerse. ¿Qué más se puede hacer en esos parajes solitarios tan apartados de la capital?, pregunta.

—Se hace una cosa o la otra. ¡Ya está!

De modo que empezó a patear balones por la misma razón por la cual comenzó a arrear cabras: no había más alternativas. Sucedió cuando contaba, más o menos, seis años. Su padre era celador en una escuela y su madre, cocinera en otra. Para no dejarlo solo en casa, ambos se lo llevaban, por turnos, a sus puestos de trabajo. Cada colegio tenía cancha de fútbol, así que el pequeño Darío siempre terminaba metido en los partidos.

—¿Estudiaste en alguno de los colegios donde trabajaban tus viejos?
—Estudiar es un decir. Mi paciencia para eso es cero.
—¿“Eso”? ¿Te refieres al estudio?
—No me va la palabra “estudio” porque yo no estudié. Yo solo fui.
—¿Adónde fuiste?
—Fui al colegio donde laburaba mi padre. Pero era muy haragán.
—¿Hasta qué grado llegaste?
—Segundo. Me dormía en clase. Yo sabía que jamás iba a asomarme por una universidad.
—¿Y el fútbol?
—No pasaba nada con el fútbol.
—¿En la infancia no imaginabas que serías futbolista?
—Nada, no pasaba nada.
—Listo, no pasaba nada, pero ¿nunca imaginaste que podías ser futbolista?
—No.

Por lo menos —añade— no lo imaginaba cuando tenía diez años y comenzaba a esquilar ovejas. Los futbolistas le parecían unos señores famosos que aparecen por televisión jugando en estadios bonitos. Un pibe de provincia que solo aspiraba a entretenerse tras el laburo no accedería ni en sueños a un recinto de esos. Si alguien le hubiera profetizado en aquel momento su destino de futbolista, él lo habría refutado con una frase irónica de su padre: “¡Andá a cantarle a Gardel!”. Lo suyo, pensaba, sería la ganadería. Al entrecerrar los ojos sobre la almohada se veía en una finca propia orientando un rebaño de vacas Hereford.

La vida gira como una pelota, dice Silva ahora. Lo dice mientras pisa el balón con el pie derecho, el de la prótesis. Le doy un vistazo de abajo arriba. Calculo que mide, a lo sumo, 1,76. Me pregunto cómo pudo haber sido un atacante tan depredador con esa estatura. En la selección uruguaya, el 9 casi siempre ha sido un tipo de más de 1,80. Él retoma su idea: la vida es un viaje en redondo. Te desvías, te alejas, pero siempre llegas al lugar predestinado.

Siguió jugando de manera informal, dice. En este punto aclara que no recuerda cómo hizo el tránsito de la calle a la cancha. Lo que sí recuerda es que al principio, quizá por su estatura, fue ubicado como lateral derecho. Tenía velocidad, despliegue físico, ganas, potencia, pero en los recorridos largos fracasaba: no sabía hacer diagonales para acortar el terreno, tiraba mal los centros. Una tarde apareció un entrenador que lo alineó como delantero. ¡Bingo! El patito feo se convirtió en cisne: explosivo en los piques cortos, certero cuando quedaba en posición anotadora.

—¿Vos recordás lo que decía Menotti sobre Romario?
—No.
—Decía que dentro del área era mejor que Pelé.
—¿Te estás comparando con Romario?
—Andate despacio, cada quien entiende lo que quiere.

A continuación señala que Romario siempre fue su referente. Lo cita solo para darme a entender que cuando se convirtió en delantero mostró su mejor faceta dentro de la cancha. Ahí comenzó a despejarse su panorama. La vida, repite, es como una pelota. Da vueltas, va y viene, trae sorpresas, llega adonde debe llegar. Para demostrármelo, me cuenta cómo fue que el fútbol vino hacia él en un momento en que él no estaba yendo hacia el fútbol.

Oigo la historia, coreo su frase: la vida es como una pelota de fútbol. La pelota viaja, se escapa, la controlan los otros, se ve inalcanzable por allá lejos, se acerca, te llega de repente, te rebota, huye de ti, se eleva y, cuando ya la das por perdida, atraviesa un bosque de piernas y te cae cortita y al pie, toda tuya, frente al arco, para que te llenes el empeine con ella, ¡zas!, y metas el gol del triunfo en el último minuto.

Ese fue su caso, ni más ni menos: el balón perdido le llegó directo al pie. Sucedió en 1990, cuando tenía diecisiete años. Juan José Duarte, director técnico de la selección uruguaya sub-20, andaba observando jugadores. Una tarde anunció que viajaría a Treinta y Tres. El periodista radial que lo entrevistaba ni siquiera sabía dónde quedaba ese lugar. ¿Treinta y Tres? Un oyente llamó a la emisora para informar que el pueblo quedaba, más o menos, a trescientos kilómetros de Montevideo. Entonces Silva reconoció su oportunidad, vio de golpe lo que ocurriría. El resto es historia, concluye.

De la selección sub-20 que quedó cuarta en el Mundial de 1991 pasó al Defensor Sporting. Luego, al Peñarol; después, al Cagliari. Vinieron cuatro equipos más, y muchas convocatorias a la selección de mayores. Entonces Silva sintió que vivía al contrario de como lo había pronosticado: dedicado al fútbol y apartado de las granjas donde se hizo hombre. En su viaje se topó con lo inesperado. Asfalto, vértigo, esmog, grandes clubes, estadios llenos, hoteles de cinco estrellas, aplausos, fama, autógrafos, fotos de primera plana, mujeres, licor, discotecas, trasnochos, otra vez mujeres. Una camioneta, un tipo temerario que conduce borracho —él mismo— y el accidente que casi le arrebata la vida.

El accidente que lo hizo salir del fútbol por la puerta trasera, cuando apenas tenía treinta y cuatro años.

Un viaje redondo, después de todo, porque aquí está otra vez, a sus cuarenta y un años, como si nunca se hubiera ido.

Silva calla, mira hacia el otro extremo del patio, donde su hermana Andrea prepara café. Si analizamos bien el asunto —dice a continuación—, su predicción se está cumpliendo: hoy es el adulto estanciero que aparecía en sus sueños infantiles. No guía ningún rebaño de ganado Hereford, es verdad, pero en cambio sí tiene una tropilla de vacas Aberdeen Angus, y ovejas finas como las que esquilaba cuando era niño, ovejas Corriedale, nada menos, y también caballos árabes, y ciervos Axis, y una campiña bien podada.

CUATRO

Cuando estuvimos en su finca, a unos diez kilómetros del pueblo, Darío abrió un baúl en el que guarda recuerdos de su vida en el fútbol: una camiseta de Batistuta, un brazalete de Baresi, unas zapatillas de Ronaldo.

Me mostró sus animales, sus monturas de caballería, el retrato de sus padres ya fallecidos, las fotos de sus dos hijos, una tetera que le dieron en Paraguay y un poncho que le regalaron en Argentina.

Eso es todo lo que necesita para ser feliz, dijo.

Eso, más Lorena, su novia actual. Hace dos días se puso a pensar que ella es la única mujer a la que ha amado.

—¿Por qué lo crees?—Bueno, es la única a la que nunca le he sido infiel, ¡y llevamos más de un año juntos!
—¿Eras muy infiel?
—Ni te cuento.

Me extrañó que ventilara el tema. Para los futbolistas, eso hace parte de la mugre que se oculta bajo la alfombra. Él estuvo de acuerdo, y agregó que la promiscuidad solo sale a flote cuando el equipo pierde, o cuando el dueño necesita un pretexto para borrar a algún fulano de la nómina.

Entonces Darío volvió a hablar de su indisciplina. Un poco después de cumplir treinta años fue contratado por el Sevilla F.C. Allí coincidió con el andaluz Sergio Ramos, que entonces solo tenía diecisiete años.

Como Darío era tan desordenado, no quería que Ramos se le acercara, ya que podría dañarse viendo su mal ejemplo. Así se lo dijo.

—Pero es que tú me caes bien —le respondió Ramos.
—Bueno, hagamos algo —propuso Silva—: al andar conmigo vas a ver que yo digo cosas lindas, como que hay que portarse bien, y también hago cosas malas, como salir de farra la noche antes del partido. Bueno, fijáte en lo que yo digo, no en lo que yo hago.

Y volvió a soltar su eterna risotada.

CINCO

En la casa de los Silva ya huele a café.

Darío dice que Andrea, su hermana, es adicta al laburo. Cocina, plancha, barre, hace lo que sea necesario. Así es él: en su finca no se la pasa sentado viendo cómo vuelan los pajaritos sino sudando la gota gorda como le enseñaron sus mayores. Por eso tiene las manos ásperas: el trajín en el campo percude, encallece. Entonces guarda el teléfono móvil en el pantalón y me muestra el dorso de las manos. Inspecciono sus dedos gruesos, nudosos, su piel cundida de cicatrices.

Le pregunto de quién es el balón. Se encoge de hombros, el ceño fruncido, calla.

—¿Querés café?
—Sí.
—Creo que esta pelota es de mi sobrino.
—¿Cuántos años tiene tu sobrino?
—Y… ya es un hombre.
—¿Es futbolista también?
—Jugaba de chico. Después, largó.
—¡Quién sabe cuánto tiempo llevará esa pelota ahí abandonada!
—Es lo que te digo. Hace un ratito ni la veíamos, y ahora la tengo en el pie.

Quisiera saber, digo, si ha vuelto a meter goles con el pie derecho. Silva responde que por supuesto. A veces participa en torneos de veteranos. Ahí donde lo ven con su pata de palo —bromea— él todavía corre, todavía salta, y siempre que lo pongan mano a mano con el arquero, le va a pasar factura. Hace cuatro años estuvo en Colombia jugando en la despedida de su colega Iván René Valenciano. Después del partido hubiera podido bailar una tanda de candombe, porque se sentía entero.

—Me gustaría verte haciendo pinolas.
—¿Qué son pinolas?
—Cuando haces saltar el balón en el pie, una y otra vez, sin dejarlo caer.
—Ah, como jueguito…
—En algunas partes de Colombia les llaman pinolas y en otras, la 21.
—Qué nombres tan raros. Acá en Uruguay a eso se le llama “dominar”.
—Bueno, por favor, domina el balón para hacerte fotos.
—¡Estás loco!
—No entiendo.
—Así juegan los niños de siete años.
—¿Te parece malo?
—Mala, la muerte de mi abuelita. Pasa que no entrenamos así.
—¡Pero si no estamos en entrenamiento! Es solo para la foto.
—Decile a Maradona. Sacarías miles de fotos, ¿viste?, porque el tipo es capaz de durar una semana sin dejar caer la pelota.

Le pido el balón a ver si lo incito con mi ejemplo. Como apenas logro siete pinolas, Darío suelta una nueva risotada.

—Devolvémelo antes de que te broten hojas. ¡Sos un tronco!

Y otra vez se ríe.

De pronto, sin ningún aviso, se pone a dominar. Me pide que vaya contando en voz alta. Veo su rostro grave, concentrado —va una—, veo su pie izquierdo apoyado en el piso —van dos—, veo cómo el balón rebota suavemente en su pie derecho —tres—, veo cómo se tensa su cuerpo magro —cuatro—, veo sus brazos venosos —cinco—, veo cómo su camiseta lila se infla y se encoge —seis—, veo su nariz aguileña, veo sus pómulos angulosos —siete—, veo su piel cobriza —ocho—, veo su pelo ensortijado, ahora del color negro original —nueve—, veo la bota de su pantalón blanco arremangada hasta la rodilla —diez—, veo su pierna artificial cubierta con espuma de poliuretano —once—, veo cómo el muñón delgado de la prótesis naufraga en la abertura de su zapato. Me pregunto cómo se sostiene, por qué no se mueve.

Doce.

Trece.

Veo que Darío esboza una sonrisa burlona.

Catorce.

Descubro que no estoy contando con la vista sino con los oídos. Sigo oyendo, sigo contando.

Oigo el golpe de la pelota contra el empeine —quince—, oigo el jadeo de Silva —dieciséis.

Y ahora oigo su voz.

—Bueno, ya está.

Se detiene, atenaza el balón con la mano derecha. En seguida dice que nunca fue futbolista de pasatiempos. Los considera inútiles, pues en la cancha nadie anda tonteando. A él dénsela redondita en el área, y ya verán cómo pone a cobrar a todo el equipo.

Siempre creí lo contrario: que su nombre y la palabra divertimento encajaban sin tropiezos en la misma oración. Lo veía contento en la cancha, como más dispuesto a pasarla bien que a competir. En su pelo teñido de amarillo intuía un espíritu vivaracho, en su sonrisa permanente divisaba un temperamento afable. Además estaba el contraste entre su piel achocolatada y la piel blanca de sus compañeros. ¿Qué hacía ese negro mandinga revuelto con aquellos jugadores de aspecto europeo? En este punto Silva vuelve a largar la risotada.

—¡Pero si en la selección uruguaya ha habido más negros!
—Ya lo sé. Pero algunas veces tú fuiste el único.

Silva se mira un brazo, luego el otro.

—¿Te acordás de Marcelo Zalayeta?
—Sí, claro.
—¡A ese hijo de puta lo demoraron en el toaster más que a mí!

Y de nuevo suelta la carcajada.

A mi modo de ver, la apariencia correcta de Zalayeta no desentonaba en aquella tropa de blancos austeros. En cambio Silva me parecía, a ratos, un bailador de samba entrometido en una liga de tango. Era festivo, saltarín, desabrochado. Siempre creí que reivindicaba el significado primario del verbo jugar. Un día tenía el pelo amarillo, otro día rojizo; a veces lo usaba largo, a veces se rapaba. Celebraba los goles sacando la lengua, o brincando como canguro, o metiéndose el balón en la camiseta. Eso sí: aunque pareciera el miembro calavera del grupo, siempre actuó durante los partidos como un competidor feroz.

—Te ponés con firuletes y por ahí te matan.
—Entiendo: la pinta de payaso no impide trabajar en serio cuando empieza la función del circo.
—Si no, no cobrás.
—Claro.
—Cobrás con goles, no con jueguitos.

Calla un instante. Ahora tiene la pelota bajo el brazo izquierdo.

—Yo ensayaba penaltis en aquella pared. ¿Querés que tire uno?
—Claro.
—Patear es mejor que dominar.
—Claro, claro.
—Si nos imaginamos que esa pared es el arco, me vas a ver metiendo un gol con la derecha.
—¿Nunca te dijeron que pareces brasileño?
—¡Puta, miles de veces! Acordate de Catanha.
—Me acuerdo de Catanha, tu compañero brasileño en el Málaga. ¿Por qué lo mencionas?
—Nos confundían, ¿viste? A él le decían Silva y a mí, Catanha.

Andrea, la hermana de Darío, nos trae café.

—¿Ya le contó los desastres que hacía en casa? —me pregunta.
—No.

Entonces se miran, sonríen. Andrea me pasa el pocillo.

—Creció sin ley porque todos lo mimábamos. Es el menor de los tres, el único varón.
—¿Qué desastres hizo?
—Las paredes eran su portería. Mi padre vivía pagando vidrios rotos en el vecindario.
—Le queda muy bien su pelo amarillo.

Por toda respuesta, Andrea sonríe. Sus ojos verdes se iluminan.

—Mi pelo era como el de ella.
—Me imitaba desde pibito.
—Pero ella también me imitó. Ese pelo que tiene ahora se parece al mío cuando jugaba.
—El tuyo se parecía al mío.
—Los dos nos pintábamos.
—Sí, pero yo lo hice primero.

Ambos ríen. Darío arroja el balón al piso para recibir su café.

—¡Mirala bien a mi hermana, es trigueña! ¡A la hija de puta nunca la pasaron por el toaster!

Y suelta la enésima carcajada.

Andrea me mira, y después mira a Darío.

—Él me imitaba. Un día se puso lentes de contacto verdes.
—Pero eso fue de pibe, mirá que ya ni me acuerdo.
—Tuviste ojos verdes.
—No me acuerdo.
—Lo volviste a hacer cuando jugabas en el Málaga.
—Y, bueno, yo era dueño de una discoteca. Esos lentes fueron cosas de la fiesta.
—Me imitabas.

Entonces Darío se dirige a mí:

—¿Vos te imaginás las minas que me hubiera cogido con los ojos de mi hermana?

Y otra vez empezó a ahogarse de la risa.

Me sorprende que haya tenido una discoteca durante su paso por el Málaga. Silva responde que divertirse en un boliche propio siempre será más seguro que hacerlo en uno ajeno. Se trataba de una ocupación adicional como cualquier otra. Como estudiar de noche, por ejemplo, o cuidar un banco. El presidente del club sabía, sus compañeros sabían, la ciudad entera sabía. Nadie protestaba, pues la discoteca era “una inversión personal”. Además, él rendía en la cancha.

Jamás había conocido un deportista que se expresara de manera tan políticamente incorrecta. Para Silva —recapitulo en voz alta— beber antes de un partido era impedir que se le resecara el alma, desvelarse con una mujer era llenarse de motivaciones y atender una discoteca era como estudiar en jornada nocturna. En su credo personal ningún exceso es condenable si el futbolista ofrece resultados. Esto último lo aprendió con la experiencia, advierte entre risas. Al principio se escondía si veía periodistas deportivos en los boliches. Después descubrió que cuando rendía en la cancha a nadie le importaba si se acostaba temprano o amanecía en la calle. Por eso siempre llegó puntual a los entrenamientos, por eso siempre dejó el alma en cada jugada.

En este punto señala que a él le bastaban dos horas de sueño. Andrea asiente con la cabeza. Quisiera saber, digo, cómo puede competir en serio un futbolista desvelado y borracho. Entonces Darío esgrime su tesis más descarada: por haberse criado en el campo, tiene la ventaja de contar con un cuerpo muy fuerte. Me cuesta saber si en verdad piensa eso, o si solo me está gastando una broma. Por lo pronto, digo que quedamos notificados: debemos emplear a nuestros niños como ordeñadores de cabras para que más tarde disfruten de un libertinaje saludable.

Darío se ríe, dice que soy un hijo de puta. Luego agrega que la bohemia es muy común en el fútbol latinoamericano. Los entrenadores suelen mirar para otro lado, porque si ven demasiado pueden perder el control del grupo. Los compañeros suelen ser fieles al código de guardar silencio, porque nunca se ha dado el caso de que a un futbolista lo condecoren por soplón. El que muestra el trapo sucio afuera ensucia adentro. Además, ¿a quién le incumbe lo que vos hagás en tu tiempo libre? Emborrachate, cogete a ese minón que te pidió el autógrafo. Eso sí: al día siguiente llegá puntual al entrenamiento y rompete el orto laburando. Si ganás, nadie te armará lío.

Así funciona, concluye. Uno puede taparse los ojos para no darse cuenta o vendarse la boca para no hablar, pero la indisciplina está ahí.

—Lo que fue, fue. Ya está.

Me niego a creer —le digo— que cuando se encuentra a solas sea tan indulgente consigo mismo. Él responde que nunca lo ha sido. Siempre se ha culpado por su irresponsabilidad, y antes hasta se odiaba por eso. Pudo haber matado a los dos amigos que viajaban con él en la camioneta, pudo haberlos dejado inválidos. Menos mal no sucedió ni lo uno ni lo otro. Jamás se lo habría perdonado, así que ahora yo no estaría conversando con él sino solo con la morocha —y señala a su hermana.

No mató a los amigos, de acuerdo, pero humilló a su familia, la hizo sufrir mucho. Él también estaba desconsolado. Hacía como que olvidaba, como que todo le importaba un higo. Sin embargo, tenía un ahogo en el corazón. Veía su pierna rota, sentía sangre en un oído, escuchaba ruidos en la cabeza. Era quizá la voz de su conciencia. Nada ganaba con quedarse ahí, echado a la pena. Debía existir alguna forma de aprovechar la vida que le quedaba. Una tarde su psicóloga en Montevideo le dijo cuál era: valorarla, honrarla día tras día. Lo único que se le ocurrió entonces para lograr ese propósito fue devolverse para Treinta y Tres a cumplir su sueño de infancia.

Silva pone su mano áspera en mi hombro y me pide que lo acompañe hasta donde está la pared. Quiere que vea su último gol, ese que también fue el primero, el más bonito de todos, el que empezó a marcar desde niño en este patio amado.


sábado, 15 de agosto de 2015

El divino futbol italiano: Roberto Baggio


Ser libre siempre fue su meta en la vida, por eso a la salida de la escuela acudía con un fervor especial a buscar cualquier partido de futbol callejero. Sus amigos y secuaces, le advertían cuando su padre andaba cerca en su búsqueda , pues Roberto no llegaba a casa, sólo porque un balón se interponía en su camino. Esconderse entre los arbustos para no resultar con un fuerte regaño fue siempre la travesura de quien años más tarde fuera conocido como “El Divino” Roberto Baggio, el inclasificable delantero italiano.
Uno de los rebeldes del futbol reconocido en todo el mundo. Amaba la imaginación, el desenfado, la creatividad y era un superdotado con el balón en los pies. Por el contrario repudiaba la táctica, el trabajo físico y cualquier intención teórica del balompié, postura que le acarreó más de un conflicto con muchos de sus entrenadores como Arrigo Sacchi y Fabio Capello, antítesis naturales a su mirada y sentimiento hacía el futbol.
El conjunto de la Fiorentina se convirtió en el gran amor del divo italiano , donde en base a una exquisita técnica individual, el buen trato de pelota, una alegría desbordada al jugar futbol, y sobre todo por sus goles se echó al bolsillo a los aficionados de la “Fiore”, Traspasado unos años después a la Juventus de Turín Roberto Baggio se negó a cobrar un tiro penal contra su ex equipo. “Seré purpura toda mi vida, no puedo atentar contra sus colores”, mencionó en relación a ese suceso que le valió el reconocimiento tanto de aficionados del Fiorentina, como de los de la “Vecchia Signora”, la Juventus.
Su paso como integrante de la Selección italiana quedó para la posteridad al lograr el tercer lugar en la Copa del Mundo de 1990, edición efectuada precisamente en el país de la bota, donde Roberto Baggio se convirtió en el líder para llevar a la “Azzurra” a la conquista de ese tercer puesto. Todo fincado en ese futbol de gracia divina, idolatrado por muchos, odiado por otros. Cuatro años después en Estados Unidos, el futbol de Baggio continuó siendo exquisito y esta vez la expectativa alcanzó niveles grandiosos, al instalar a Italia en la misma Final de la Copa Mundial frente al pentacampeón Brasil. La definición resultó fatídica. Desde los 11 pasos correspondió al “Divino” saborear la tristeza más grande que le ha dejado el futbol: Mandar el balón a las nubes en el penal definitivo para entregar de esta manera la anhelada copa a la escuadra amazónica. La única ocasión que se le vio a Roberto Baggio borrar su eterna sonrisa para hundir su mirada en el césped de una cancha de futbol.
A pesar del duro golpe Baggio mantuvo hasta el final de su carrera profesional una convicción inquebrantable: “El futbol es para gozarlo, jamás para sufrirlo”, dijo alguna vez con la sonrisa sincera que le caracteriza. Defensor incansable de la infancia para Roberto Baggio es insoportable enterarse de niños que fallecen en el mundo a causa de la hambruna. El italiano no se ha quedado cruzado de brazos y ha realizado campañas en pro de la infancia alrededor del mundo. Labor que le ha hecho acreedor al nombramiento de Embajador de Buena Voluntad para la ONU en el PAO (Organización para la Agricultura y Alimentación Internacional)
Así de esta manera el niño que soñaba con esa libertad en las calles de Caldogno, la pequeña comunidad italiana la alcanzó por fin, simplemente jugando con alegría, imaginación y un amor divino y auténtico hacía el futbol.



jueves, 13 de agosto de 2015

Equipo de época: el Barcelona de Johan Cruyff

Forjado para hacerle frente al conjunto símbolo de la capital española, Real Madrid el FC Barcelona encontró la fórmula perfecta para mostrarse como una máquina impecable de futbol y de paso salir de las sombras en las que se mantuvo en la década de los 80, por lo que la transformación era necesaria y para comenzar desde los cimientos la directiva del cuadro blaugrana recurrió a uno de los ídolos de antaño para enderezar el rumbo: Johan Cruyff. El holandés fue el encargado de tomar las riendas en la dirección técnica para la reestructuración del equipo de la llamada Ciudad Condal.
La construcción del nuevo Barcelona debía iniciar con una línea defensiva digna, donde la cantera se convirtiera en la preferencia a la hora de elegir a los hombres, por eso Albert Ferrer, Sergi y el capitán eterno y guardameta Andoni Zubizarreta arroparon con armonía a la última pieza en el engrane de la zona defensiva, el holandés Ronald Koeman.
Con la defensa conformada Johan Cruyff y su cuerpo técnico se enfocaron en su zona favorita del terreno de juego la mitad de cancha donde José María Bakero, Joseph Guardiola, Eusebio, y el danés Michael Laudrup fueron los encargados de llevar a la realidad esas pinceladas del futbol total que su director técnico aprendió desde su alma mater, el Ajax de Ámsterdam. La constante continuaba la cantera del Barcelona complementada por algún jugador de calidad internacional.
Eran los tiempos en los que todos los equipos del mundo querían correr a todo galope, el FC Barcelona de Cruyff optó por detenerse a tocar el esférico, tal y como lo relataban los Medios de Comunicación españoles de entonces. El punto neurálgico en el futbol desplegado por los blaugranas estaba listo para su desarrollo.
La ofensiva del Barcelona debía de estar a la altura del resto del equipo por lo que los elegidos para lograr la mayor conquista del futbol, el gol fueron el búlgaro Hristo Stoichkov, el brasileño Romario y Begiristain se ganaron a pulso la titularidad en la oncena dirigida por Johan Cruyff que de esta manera estaba lista para enfrentar sus propios demonios y los retos más importantes, no sólo en la liga española sino en a todo lo largo y ancho del continente europeo.
La nueva etapa del FC Barcelona rindió frutos con la conquista de cuatro títulos consecutivos dentro del futbol español , incluidas sendas lecciones para su acérrimo rival Real Madrid, donde destaca la goleada de 5-0 de los blaugranas en la campaña 1993-94 comandado por un Romario de ensueño, tal y como comenzaron a llamar a aquel Barcelona de Johan Cruyff, donde todas sus piezas funcionaban de manera perfecta.
Las competencias a nivel europeo recibieron al conjunto culé para ponerle enfrente las más duras pruebas en las que a base de un futbol donde el toque del balón entre todos sus elementos resultó fundamental . La Copa de Europa se fue a la vitrinas del Barcelona en 1992 al vencer en el mismo estadio de Wembley a la Sampdoria de Italia. Este era el arranque de una etapa prolífica para el FC Barcelona que resurgía con futbol espectacular para toda Europa.

Así el Barcelona de Johan Cruyff dejó las semillas para su presente actual, una fe ciega depositada en un inconfundible estilo de juego, y un productivo trabajo de cantera que lograron conquistar a medio Europa, claudicar a su mayor rival deportivo y exorcizar sus propios demonios.  


miércoles, 12 de agosto de 2015

El crack mexicano: Alberto Onofre


Creció en una numerosa familia de diez hermanos en Guadalajara, Jalisco tierra futbolera por excelencia y que se distingue por producir destacados jugadores mexicanos con calidad de exportación. Alberto Onofre Cervantes era uno de ellos. Mediocampista de enorme clase, cuentan los que lo vieron jugar que poseía todas las condiciones de un auténtico crack. Nació y creció en la colonia del Fresno, una de los barrios de cuidado en la capital tapatía y como suele ser la costumbre la calle fue su primera cancha de futbol acompañado de sus amigos.
El camino académico no era el que Onofre quería seguir, por eso de inmediato tras concluir la educación secundaria se enroló en el equipo amateur del Jalisco, a pesar de la molestia de su padre, tornero de profesión, quien deseaba un mejor futuro para su hijo Alberto . Ese futuro del joven tapatío tenía la marca del futbol profesional. Las cualidades de Alberto Onofre fueron detectadas de inmediato por Sabás Ponce Labastida, hombre que marcó toda una época triunfal como integrante del equipo más mexicano del balompié azteca, Las Chivas Rayadas del Guadalajara.
Tras un buen proceso formativo con el Guadalajara donde Onofre mostró sus condiciones el manejo y la pegada con las dos piernas, destacado remate con la cabeza, una visión del terreno de juego como ninguno en su época para generar futbol ofensivo las puertas del cuadro estelar del Guadalajara estaban abiertas de par en par para el futbolista oriundo de la colonia del Fresno.
Una de las anécdotas más conocidas en torno a Alberto Onofre es la que cuenta que el día que firmó su contrato como integrante del primer equipo del Rebaño se lastimó la muñeca de la mano derecha en el entrenamiento con las reservas. ¿Uno de los mejores mediocampistas que ha dado México con mala estrella? Onofre estaba dispuesto a mostrar que no era así.
A pesar de su posición de “diez” Onofre Cervantes logró marcar una buena cantidad de goles con Chivas, escuadra con la que conquistó el título en la temporada 1969-1970. Además unos años antes Alberto Onofre se colgó la medalla de oro con la Selección Nacional Mexicana en los Juegos Panamericanos de Winnipeg en 1967 donde el volante del Guadalajara se había convertido en el líder del mediocampo de la escuadra nacional. El futbol le otorgaba sonrisa abierta en ese momento a Onofre, considerado por la afición y los especialistas uno de los mejores jugadores mexicanos de todos los tiempos.
En 1970 Alberto Onofre tenía la mesa puesta para su consagración. A la nación azteca le correspondió la organización del torneo de la Copa Mundial de la FIFA, pero a cuatro días previos al arranque del máximo evento futbolístico la nube negra se volvió a posar encima de Alberto Onofre. Un choque tremendo con su compañero en la selección, Juan Manuel Alejándrez le arrebató el sueño de participar en un Mundial al presentar una fractura de tibia y peroné . Onofre se restableció de la fuerte lesión, pero nunca volvió a ser el mismo. A los 27 años se vio obligado a colgar los botines de manera profesional. El destino de algunos a veces no está en sus propias manos y el futbol así se lo había hecho saber a Alberto Onofre.
En la actualidad su mayor pasión aún le da la oportunidad de disfrutarlo. De vez en cuando acude a los encuentros amistosos organizados por el Club Deportivo Guadalajara. Juega junto a grandes amigos de su época como Pedro Herrada y Raúl “Willy” Gómez. Al igual que junto a la figuras aún vivientes del Campeonísimo, como su propio visor Sabás Ponce, Francisco Jara y Crescencio “Mellone” Gutiérrez. A pesar del paso de los años Alberto Onofre ha sacado trucos de la chistera, algún tiro libre, otro pase preciso a la colocación del compañero o algún cabezazo fulminante y si, a pesar de todo le muestra una sonrisa al futbol sin resentimiento alguno.



martes, 11 de agosto de 2015

Eduardo Galeano

"Siempre jugué muy bien, la verdad maravillosamente bien. Era el mejor de todos, pero sólo de noche mientras dormía. Durante el día, hay que reconocerlo, he sido el peor pata de palo que se ha visto en los campitos de mi país".

Nueva imagen

Llevamos apenas una semana y vamos evolucionando.
Les presentamos la nueva imagen de Esférico:


El invencible Bilardo por Pablo Gustavo Llonto (Crónica)

Esta es la historia de un hombre que parece haber enloquecido por el fútbol. En su casa se acumulan 4.500 videocasetes con los partidos más estrambóticos; asegura que cuando duerme la cabeza se le llena de arcos. No le dedica más de quince minutos a una charla con su esposa y la última vez que fue al cine fue en los años ochenta, también es capaz de despertar a las tres de la mañana al presidente de Estudiantes de La Plata, club que actualmente dirige, para sugerirle una idea sobre el equipo y, cuando viaja a Roma, prefiere visitar a un futbolista que conocer el Coliseo.
Sin embargo, a Carlos Salvador Bilardo no le dicen “el Loco”, sino “el Narigón”. Ese ha sido el apodo que arrastra desde sus años adolescentes, cuando nadie imaginaba que el muchacho que corría de una cancha a la facultad de medicina y de la facultad a la cancha terminaría siendo el técnico más obsesivo del mundo. Su inconfundible perfil, pan del cielo para los caricaturistas, le valió un mote que más que con pesar lo lleva con orgullo por el mundo. “Alguna vez pensé en operarme”, dice como quien revela un secreto. No entra en detalles, pero se sabe que a finales de los años sesenta se puso de acuerdo con Juan Ramón Verón (ex delantero de Estudiantes y padre del actual jugador del Chelsea inglés) para visitar a un reconocido cirujano plástico de La Plata con la intención de que les mejorara las narices. “Cuando nos sacó la máscara de yeso y nos mostró cómo íbamos a quedar salimos rajando. Siempre rogué para que me fracturaran el tabique nasal y así tener un motivo para que me operaran, pero lo único que me fracturaron fue una costilla”.
Luego de proclamar que jamás volvería a dirigir, en mayo de este año cedió ante el ruego de viejos amigos que le pidieron que tomara la conducción de Estudiantes y lo salvara del descenso. Después de prometer que no cobraría sueldo, que lo haría por amor al club y que pretendía manos libres para moverse, el técnico, que más sabe por zorro que por viejo, empezó otra demostración de sus habilidades: en dos meses Estudiantes no perdió más de un partido y el descenso pasó de largo.
Hace poco tiempo, por ingenuidad, por bondad, o por ego, Bilardo creyó que con la fama alcanzaba para presentarse como candidato a presidente de los argentinos. Su originalidad, indiscutible en este lado del mundo, lo llevó a preparar una reunión en las primeras horas del 1 de enero de 2000, cuando todo el mundo festejaba la llegada del siglo nuevo. Convocó a los medios de comunicación y a sus amigos a un acto en que anunciaba su postulación. “Quiero ser el primer candidato del siglo”, dijo entonces. Y lo logró. Ese día muchos pensaron seriamente que Bilardo entraba en la categoría de lunático. Ahora, resulta inevitable hablar de aquellos sueños que se transformaron en una aventura: “Mi familia no quería, y tuvieron razón. Puse mucha plata y la perdí. Para ser presidente necesitas millones. No era para mí. Gasté en afiches, en alquilar locales, en armar reuniones. En lo único que no gastaba dinero era en la prensa. Me hacían notas todos los días gracias a ser Bilardo. Hasta CNN me entrevistaba para saber por mi candidatura. Bueno, aunque con CNN tengo un trato especial porque ellos me llaman cada tanto para pedirme opiniones de fútbol y a mí me hacen algunos favores”.
La conversación, a esta altura, se parece a un juego de cajas chinas. Entre uno y otro recuerdo, se le mezclan los personajes y las anécdotas. Por el momento son las memorias de un político que duró lo que dura un torneo. “Llegué a armar reuniones en La Matanza, el distrito más popular del Gran Buenos Aires, a las que se acercaban cinco mil personas. Me iba de viaje al interior del país con mi equipo de trabajo, médicos, especialistas en educación, todo. Pero de pronto me quedaba hablando solo porque los médicos miraban el reloj y me decían me tengo que ir a tal lado, los otros también. Hasta que un día en una de las reuniones un tipo dice, bueno, todo muy bien, pero aquí en este distrito se hace lo que yo quiero. Yo no sabía de esto. Ahí me di cuenta de que no iba a poder hacer lo que yo quería”.
Tiene a mano un ejemplar de una revista amarilla de 1983 en la que presagiaba una Argentina en el fondo de los mares. La relectura del semanario Diez indica que Bilardo afirmaba que este país se hundiría durante veinte años y que necesitaría otros veinte para recuperarse. Según el oráculo Bilardo, el 2023 pondrá las cosas en su lugar. “El problema es moral, moral –repite como buen hiperquinético–. Cuando regresé de Colombia a Argentina toda la plata que había ganado la puse en una cooperativa de ahorro y me la comieron, perdí todo”.
***
En los años en que fue asesor de la selección de fútbol de Libia, terminó políticamente de acuerdo con todo lo que propone Gadhafi en “El libro Verde”. ¿Bilardo revolucionario? No estaría mal para dar una primicia mundial. Es el propio Bilardo quien ejemplifica y confunde: “El dinero está mal repartido, si yo tengo una fábrica y llego en un auto modelo 1990, el que trabaja tiene que llegar en un modelo 1970, y los gerentes en uno de 1980, pero todos tienen que llegar. Hoy tenés que ser de derecha o de izquierda según te convenga. Miren, yo fui a la Unión Soviética, a la despedida del legendario arquero Lev Yashin y vi cómo los comunistas decían una cosa y hacían otra. Yo les decía a mis amigos, estos tipos cualquier día de estos tiran todo a la mierda y chau. Así fue. Hoy los pibes no aguantan más, ven la televisión, ven lo que tienen los españoles, ven lo que tienen los extranjeros y quieren vivir bien. No soy de aquellos que piensan que porque soy dueño de una fábrica a los obreros los mato. Esto se los he dicho hasta a los dueños de Torneos y Competencias (empresa dueña de los derechos de T.V. del fútbol argentino y para la que Bilardo realiza comentarios pagos). A mí no me gusta ver pasar 30 millones de dólares ante mis ojos y que la gente reciba muy poco. A la gente hay que tenerla bien”.
A pesar de que lo explica muy seguro y que se le advierte que en realidad parece un socialdemócrata, Bilardo insiste en proclamarse “peronista de Perón”. Las primeras sonrisas grandes de la entrevista llegan cuando el doctor habla de militancias juveniles: “Yo estaba en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios, una agrupación que apoyaba a Perón). Era el delegado de los chicos del colegio Bartolomé Mitre. Milité desde los 12 hasta los 18 años. Después me absorbió el fútbol. Era de los que a fin de año iba al edificio del Correo Central a buscar la canasta que regalaba Perón. Íbamos a las inauguraciones de obras públicas como el Embalse de Río Tercero, las instalaciones turísticas de Chapadmalal. Seguí a Perón a muchas partes. Una vez no nos dejaban entrar al Teatro Colón, a una ceremonia final, y no sé cómo hice pero me colé. Por supuesto que fui uno de esos adolescentes a los que los Campeonatos Evita le pegó mucho. Mirá cómo será que me acuerdo la canción: Seremos deportistas de todo corazón/ seremos deportistas de Eva y de Perón/ para formar la nueva y gran generación/ si ganamos o perdemos no ofendamos al rival. Las estrofas entonadas suenan a sacrilegio en boca de este predicador del ganar a cualquier precio, quien siempre tiene a mano la aclaración debida: “Nuestros equipos sacan provecho de todo, pero dentro del reglamento”. Es inútil insistirle con un tema que lo dejó en evidencia ante las cámaras del mundo: la tarde del Mundial de Italia en 1990 cuando un auxiliar de la selección argentina llevó dos bidones con agua durante el partido contra Brasil. Uno contenía agua de la más limpia. El otro una sustancia capaz de descomponer al mejor preparado. Al brasileño Branco lo invitaron a tomar de la mezcla especial y al poco tiempo debió salir de la cancha. La respuesta de Bilardo siempre es la misma, una mueca evasiva.
***
Ningún apellido en el mundo remite tan velozmente a la palabra alfileres como el de Bilardo. Aquella leyenda que se agigantó con los años, la del jugador de Estudiantes de La Plata que entraba a la cancha con un alfiler entre sus ropas para pinchar, provocar y hacer expulsar a los rivales, es desmentida con una voz agria y casi convincente: “No, eso es mentira. ¿Vos te imaginás? Si alguien puede pinchar en la cancha a un rival con un alfiler el tipo no se va a quedar quieto. No, va y te mete una trompada en la jeta. ¡Qué alfileres ni alfileres! En aquella época nos inventaron muchísimas cosas. Decían que yo había aprendido inglés para poder insultar a los jugadores del Manchester. Decían cualquier cosa”.
Los tiempos de Bilardo jugador parecen cuentos fantásticos. Por primera vez un equipo argentino de los llamados “chicos” se colaba en el lote de privilegio mundial. Tres Copas Libertadores en 1968, 1969 y 1970 y una Copa Intercontinental en 1968. Eran los famosos “Pincharratas”. Era el Estudiantes que dirigía Osvaldo Zubeldía, un equipo al que sus detractores bautizaron como “el antifútbol” a partir de acalorados partidos en los que según la definición del humorista y escritor argentino Roberto Fontanarrosa “se veían unas patadas tremebundas, unas planchas asesinas, una cantidad infinita de zamarreos, remolinos, empujones, puteadas y escupidas”. Como adelantándose a cualquier pregunta incómoda, Bilardo explica: “Algunas cosas que decían de nosotros fueron verdad, pero la mayoría son mentiras. Gran parte de la prensa nos tenía envidia. Es que por esa época todo era de los grandes, Boca, River, Independiente, Racing, San Lorenzo. Un día fuimos con el plantel a la redacción de la revista El Gráfico, la más popular en materia de deportes, y le dijimos al director: ‘Mire, nosotros no queremos ser tapa de la revista porque ya sabemos que no vendemos un carajo, pero le pedimos un favor, si salimos en las páginas interiores, al menos denos más espacio’. Yo sabía bien que Estudiantes, pese a su excelente campaña y todo no le interesaba al gran público. Lo sabía porque siendo jugador hacía la cola todas las tardes para esperar a que saliera el ejemplar del diario La Razón y cuando ganaban Boca o River la cola de gente era impresionante y cuando ganábamos nosotros y ellos perdían no llegábamos a veinte. Fue ahí cuando dije que el fútbol es un negocio y casi me matan. Una vez en otra revista que se llamaba Goles no tenían fotos de nuestros jugadores festejando un gol. Y claro, ¡qué la iban a tener si nunca mandaban a sus fotógrafos a nuestros partidos! Resulta que estábamos por salir campeones y tenían que hacer la tapa con nosotros. Nos citaron el lunes a la mañana en la cancha para que nos pusiéramos la ropa de jugador y simuláramos que festejábamos un gol. El fotógrafo nos rogaba ‘pero griten el gol con ganas’ y nosotros le decíamos que se dejara de joder, que no era lo mismo festejar un gol un día domingo, durante un partido, que un lunes a la mañana con frío y cansados”.
Sostiene que después de Buenos Aires su ciudad preferida es Cali a la que define como “el Paraíso. Su gente es increíble, se levantan y todo es música y fútbol, se acuestan y todo es música y fútbol, nunca vi un pueblo tan alegre”. La relación entre Bilardo y Colombia nació después de unos días en que trabajó de jugador y espía. En 1968, su entrenador Zubeldía lo envió a Colombia para elaborar un informe sobre cómo jugaban Millonarios de Bogotá y Deportivo Cali, rivales de Estudiantes de La Plata en el grupo de la Copa Libertadores. “Yo estaba en un hotel con el famoso torero español ‘el Cordobés’ –recuerda, sin salirse un centímetro del estilo cambalache–. El tipo había tenido una mala tarde en Bogotá y se acercó a decirme que al día siguiente iba a realizar una de sus mejores corridas y así fue. Un día después lo llevaron en andas en la Plaza de Toros. Fue en esa semana cuando me presentaron a Álex Gorayeb y nació una amistad que luego me permitiría ingresar al fútbol colombiano y ganarme un lugar”.
El primer contrato en tierras colombianas fue con el Deportivo Cali. Gorayeb, el hombre que lo convocó, le dio un argumento que pegaba en el centro de su orgullo: “Don Álex estaba cansado de que el Nacional de Medellín, que dirigía Osvaldo Zubeldía, le sacara siempre ventaja. Yo tengo que contrarrestar esto –me explicó–, y qué mejor manera que conseguir al discípulo número uno de Zubeldía que es usted. Fue durante una cena en Mar del Plata. A él le encantaba la Argentina, viajaba muy seguido y se instalaba en el Hotel Sheraton de Buenos Aires. Desde allí llamaba a los jugadores para reunirse con ellos y los compraba para llevarlos a Colombia”.
Vuelve una y otra vez a elogiar a Gorayeb, como si hiciera falta remarcar su eterno agradecimiento: “Te los digo en cualquier orden, pero para mí, en el fútbol mundial hubo tres dirigentes inigualables. Te repito, te los digo sin orden: el brasileño João Havelange, el argentino Julio Grondona y Gorayeb. Don Álex era un tipo inteligente. Mirá cómo sería que a los 25 años ya tenía un club en el Líbano”.
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La recepción que el pueblo de Cali le brindó en 1978 al plantel del Deportivo Cali, con Bilardo a la cabeza, cuando clasificó para la final de la Copa Libertadores, jamás se borrara de su memoria, hasta tal punto que la califica de “la emoción más grande que sentí en mi vida”. Son palabras de alguien que no se estremece fácilmente.
Por entonces, ya todos estaban deslumbrados con ese argentino que había llegado con ciertas extravagancias. El primer día pegó varias tapas de la revista El Gráfico en las paredes de los vestuarios mientras les decía a los jugadores: “Miren. Miren bien. De ustedes depende salir en la portada de la revista más prestigiosa de América Latina. Si hacen lo que tienen que hacer lo van a conseguir”. Era el inicio del mito. Su mensaje detallista y triunfalista, el mismo que luego lo convertiría en semidiós para quienes pregonan ganar a cualquier precio, apuntaba a transformar el fútbol de un país que lo había recibido con cierta desconfianza. “Colombia tenía unos jugadores bárbaros –asegura–. Pero estaban desperdiciados. Lo primero que hicimos fue imponer disciplina”.
Suprimió las salidas nocturnas, estableció las concentraciones largas, pero eso sí, no pudo con alguna de las costumbres más populares. “Era imposible decirles que no tomaran alcohol. Si hasta yo tomaba. Me daban una copita de ese aguardiente y chau, quedaba del otro lado. En aquellos años los preliminares de los partidos los jugaban los veteranos. Les dije a los dirigentes que eso era un desperdicio. Con estadios en los que había treinta mil espectadores, los que debían jugar eran los pibes. No tenían vocación por fomentar el trabajo de los chicos. Entonces se me ocurrió una idea: que convocaran a un millonario al que le gustara el fútbol. Me dijeron que ese hombre era Carlos Ardila Lulle, el dueño de la cadena RCN que tenía fábricas y empresas por todos lados. Le propuse que auspiciara un torneo para chicos y me aprobó el proyecto. Así empezó todo. Los veteranos me querían matar, pero la única manera de cambiar el fútbol colombiano era desde abajo”.
Acaso porque no quiere una biografía manchada, se anticipa a aclarar que abandonó Colombia en 1981, después de manejar a la selección. “Yo no viví a pleno la época en la que los grandes narcos tenían dos o tres equipos de fútbol. Pero no voy a negar que tuve alguna relación con varios de ellos. El fútbol es así. Con Miguel Rodríguez conversé dos o tres veces por teléfono. Y con Pablo Escobar tuve algún trato porque él venía a la Argentina a comprar jugadores y me pedía recomendaciones. Te juro que yo no le debía nada a nadie ni nadie me debía nada a mí. Jamás hablaba del tema drogas. Es lo mismo que con el caso de Maradona. Durante todos los años que llevamos de relación jamás hablé con Diego del tema drogas, si él me lo hubiera pedido yo le habría dado mi opinión”.
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El doctor Bilardo, porque al final de cuentas en las venas es un médico, ya no visita pacientes ni recorre salas de guardia. Lo suyo es más artesanal. Hace pocos días, uno de sus jugadores le pidió permiso para salir de la concentración a hablar por teléfono. Hacía frío y Bilardo le concedió cinco minutos. Cuando volvió, cincuenta minutos más tarde, Bilardo lo esperaba con tres tazas de leche, grapa y miel. Pese a todo, el futbolista se pescó una congestión de aquellas y el doctor nuevamente lo trató con su estilo: “durante el partido y al ver cómo estaba pedí unas aspirinas, de esas que no salen en el control antidoping, y las mezclé con Coca-Cola, como cuando estudiábamos”. Su vocación –asegura– no era ficticia ni hija de la presión materna: “Tenía tantas ganas de ser una estrella del fútbol como de ser un excelente médico. Mi padre estaba de acuerdo con que jugara al fútbol y mi madre me dejaba ir a entrenar si estudiaba. No se podían quejar, me llevé una sola materia en el secundario y en la facultad sólo me reprobaron en farmacología”. Así como lo encasillan entre los técnicos “resultadistas y fríos”, su estilo en la medicina andaría por los mismos caminos: “ Yo visitaba a mis enfermos con puntualidad y profesionalismo, pero eso sí, cuando un paciente me decía que se sentía bien le decía chau y no volvía más ¿Para qué?”.
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No se conocen testimonios de quienes pasaron por sus manos cuando aún se calzaba el guardapolvo blanco, pero con la acidez del peor enemigo, César Luis Menotti, el entrenador de la otra vereda, le disparó cierta vez con precisión borgeana: “Miren si el fútbol será maravilloso que sacó a Bilardo de la medicina”. La respuesta de Bilardo, tardía, llegó una mañana durante una entrevista radial cuando acusó a Menotti de ser un comunista que vivía como un burgués: “Ese rabanito mejor que se calle, es rojo por dentro y blanco por fuera”.
Como en las películas en las que está muy claro quiénes son los buenos y quiénes los malos, la sociedad argentina se dividió para siempre en menottistas y bilardistas. Los primeros pregonan algo que suena bien pero se entiende mal: “el buen fútbol es el de izquierda, el que se juega con habilidad”. Los segundos tienen menos prosa: “el buen fútbol es ganar, siempre ganar.”
“Ya van como dos décadas de esa polémica y creo que sí, nunca va a terminar –sostiene como quien acepta morir con las botas puestas–. Y no me olvido que durante el Mundial de 1978, cuando la selección argentina la dirigía Menotti, gente que colaboraba con él me pidió que fuera espía de los futuros rivales argentinos. Los pro-Menotti me acusaban en los años ochenta de ser un maniático de los videos y ahora los usan todos los entrenadores del mundo. Hasta Menotti admitió que los usó”.
El desprecio mutuo ha convertido a una foto virtual en la pieza más deseada del periodismo argentino: quien logre juntar frente a un flas a Menotti y Bilardo recibirá la cámara de oro o algo que se le parezca. Se evitan como el gato y el agua. Más de veinte años son bastantes para un desencuentro. El tiempo, que aclara todo, aquí no ha aclarado nada. Encima, por estos días, a Bilardo se le ocurrió quejarse en cuanta entrevista concede con conceptos menottistas y el desconcierto ha sido mayúsculo: “el fútbol es un circo que se agrandó demasiado y cada vez se juega menos”. Según su nueva forma de ver las cosas, en las grandes ciudades ya no quedan potreros para que los chicos desparramen su talento virgen y eso impide que nazcan jugadores talentosos. “No se equivoquen –aclara–, yo siempre dije que había que trabajar la técnica en las inferiores.
Cuando era chico íbamos a ver los partidos de los domingos y después nos cruzábamos a los terrenos baldíos a jugar horas y horas. Si no tenés contacto con la pelota estás frito. Hoy todos los barrios están llenos de autos, ¿a dónde van a jugar los pibes?”.
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En 1986, meses antes de la partida a México, un burdo intento de un grupo de jerarcas de la Unión Cívica Radical que gobernaba la Argentina, casi culmina en el primer golpe de estado de la pelota. “Querían sacarme del seleccionado –recuerda con renovados aires triunfadores–. El chisme me lo había pasado un mozo que, una noche, había escuchado una conversación entre los diputados Leopoldo Moreau, Fredy Storani, el ex ministro del Interior Coti Nosiglia y un ex funcionario de Economía de apellido Campero. Los tipos, con el argumento de que los resultados no se nos daban, querían cambiar de entrenador y se lo iban a plantear al presidente de entonces, Raúl Alfonsín. Cuando me enteré les avisé a unos periodistas amigos para tener testigos. Después no pasó nada. Pero con el tiempo, Alfonsín me admitió que él había parado todo”.
Cientos de páginas críticas se escribían entonces contra Bilardo y su seleccionado maltrecho que apenas había arañado la clasificación para el Mundial. Los sacerdotes de Menotti no le perdonaban su osadía mayor: le sacó la cinta de capitán al veterano caudillo Passarella y se la entregó al joven y aspirante a rey, Maradona. Un periodista francés fue uno de los pocos que confiaron a ciegas cuando, en las alturas de Tilcara, en la provincia de Jujuy, pueblo elegido para el aclimatamiento a la altura mexicana, vaticinó que si esos tipos vivían allí y corrían como corrían serían los próximos campeones del mundo. Como tantas cosas que explica con lógica de primer grado, no duda que aquello es mérito suyo: “Fuimos la primera selección en llegar a México. Yo sabía, por mi experiencia en la altura de Colombia, que teníamos que llegar mucho tiempo antes. Además, necesitaba tener a los jugadores concentrados casi un mes. Esto del fútbol es como cuando estudiás en la universidad. Te tomás un tiempo para ver toda la materia, pero después necesitás una semana de repaso para fijar bien los conceptos. Nosotros precisábamos un mes de repaso. El resultado fue que aquel equipo, volaba”.
Durante el Mundial de México en 1986, Bilardo vivió su época más brillante. No sólo porque ganó la Copa de la mano de un Maradona hipergenial. También se dio un gusto como pocos: humilló al mismo tiempo a sus enemigos futbolísticos y políticos. La tarde de la consagración en el estadio Azteca, Bilardo se tomó revancha y lavó el nombre de su guía ideológico. Cuando le preguntaron a quién le dedicaba el título, respondió “a Osvaldo Zubeldía”.
“Tanto le habían pegado a Osvaldo que merecía un reconocimiento – dice–. Mirá, de ese día recuerdo que el periodista de Cali, Mario Escobar, me preguntó qué país veía con más futuro en el fútbol después de la Argentina, y yo respondí Colombia. Unos años después Colombia era el país mimado de todos los críticos”.
Hoy, inevitablemente, las selecciones suramericanas están en la mira. Luego de las dos primeras fechas de las eliminatorias al Mundial de Alemania 2006, Brasil se perfila como superfavorito, Chile –por empatar con la Argentina– como la gran sorpresa y Colombia como la gran decepción, sin embargo, Bilardo no ve grandes cambios. “Brasil pinta para ganarle a casi todos. Colombia no es decepción. Cuando uno juega una eliminatoria sudamericana sabe que hay dos rivales contra los que es altamente probable una derrota, Brasil, de local o de visitante, y Bolivia cuando juega en La Paz. A Colombia le tocaron esos dos partidos. Antes de empezar las eliminatorias yo daba a Colombia como candidato seguro y como equipo boom y lo sigo dando. Conozco bien a sus jugadores y sé que son de los mejorcito que hay en el continente. No hay que apresurarse. Creo que es como siempre. Todas las selecciones están muy lejos de Brasil y Argentina. No sé cuáles son los otros dos equipos que van a clasificar, pero por lo visto, puede ser cualquiera”.
—Usted fue a la cancha a ver el debut de la Argentina ante Chile, ¿lo sorprendió la actitud de gran parte del público que no paró de silbar al entrenador, Marcelo Bielsa, y a Juan Sebastián Verón?
Me lo esperaba. Estaba cantado que a los dos los iban a insultar y silbar. Pero van a ver ustedes que el enojo con Verón se va a pasar. Lo de Bielsa es distinto. Yo decía en 1986 que antes del campeonato del mundo me había comprado dos vestimentas blancas, una de jeque para disfrazarme e irme exiliado a Arabia si perdía, y un traje hermoso para darme el lujo de pasearme como un dandy por la avenida Corrientes en Buenos Aires si traía la Copa del Mundo. El cargo de entrenador de Argentina es así. Todo o nada. Bielsa fue el técnico de la selección que eliminaron en el Mundial de Corea-Japón y hasta que no gane el próximo Mundial no va a lavar la ofensa. A las selecciones argentinas, cuando les ha ido mal, hasta recibieron pedradas en el aeropuerto de Ezeiza.
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Pero los técnicos no son los únicos que reciben malos tratos. Bilardo parece dolorido por la forma en que trató a sus familiares y amigos durante la mayor parte de sus 64 años. Está casado con Gloria, una señora a la que el tesorero de la Asociación del Fútbol Argentino definió como “la Virgen María del fútbol. Bilardo la llama por celular a las ocho de la noche y le avisa que se va a ir urgente de viaje a Europa, que le prepare la valija y se la lleve al aeropuerto, y ella calladita, va y le arma todo y se la lleva”. Tienen una hija, a la que, según sus dichos y lamentos, “entre los 10 y los 18 años casi ni la vi”.
Pero enseguida se le pasa y se mete en una confesión: “Viví muy apurado. Todo era fútbol, domingo, miércoles, domingo, miércoles. Desde los 12 años empecé con esto del fútbol y los estudios. Cuando era chico tenía que meter materias porque, si no, los viejos no me dejaban ir a los entrenamientos. Un día en la libreta traje un regular en conducta y la vieja no me dejó salir en todo el mes. Así fue al comienzo, imaginate. Corriendo por todas partes. Había clases los sábados y tenía que llegar a la una para los partidos de las inferiores. Por las noches, cuando me tenía que quedar en el hospital con las prácticas, buscaba las salas donde no había enfermos con dolor y ahí me tiraba a dormir para estudiar o para estar descansado para los entrenamientos. Y después, en la época de Estudiantes, allá por 1966, de doce meses nos pasábamos ocho concentrados. Era mucho.
No se acababa nunca. Cuando dejé de jugar, arranqué como técnico y hasta 1990 no paré. Entonces dije basta. Pero ya era tarde, había sido todo apurado, y me di cuenta de que la vida pasa al lado tuyo y no te das cuenta”.
Así se fue construyendo lo que algunos llaman “el monstruo” y otros “el maestro”. Un hombre que no festeja los cumpleaños, que jamás llega tarde a un entrenamiento, que les huye a las fiestas y que lo único que se le ocurrió decirle a su hija Daniela cuando le avisó por teléfono que se había recibido de abogada fue “me parece bien, cumpliste”.
Cuando elige una canción para definirse, no lo duda: “El tema de Julio Iglesias, ese que dice ‘Me olvidé de vivir’. Una vez lo enganché en un vuelo que iba a Japón. Me senté a conversar con él y le dije que la canción parecía la historia de mi vida. Julio me dijo que a él le había pasado lo mismo y que una vez a su hija, que estaba estudiando periodismo, le habían consultado cuál sería la primera pregunta que le haría al padre y ella respondió ‘si fue feliz’. Cuando muy preocupado por todo lo que decían de mi falta de sentimientos le conté a mi hija todo lo que me criticaban, me contestó que me quedara tranquilo, que la única que podía definir si yo había sido un buen padre o no era ella. Pero bueno, fue así, yo elegí desde muy joven que para ser el número uno en el fútbol hay que estar todo el día dedicado al fútbol”.
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En el libro Yo soy el Diego de la gente, la autobiografía de Maradona que fue best seller en el 2000, el talentoso ex jugador reconoce que Bilardo “es como un padre para mí. Alguna vez dije que me gustaría que mis hijas tuvieran sus principios. Me ayudó mucho y nunca voy a terminar de agradecerle que confiara en mí como confió. Fue decisivo en mi carrera”. En el seleccionado argentino Bilardo dirigió a Maradona durante ocho años, hasta 1990. Pese a ello la relación Maradona-Bilardo estallaría en 1992, cuando el diez lo tuvo como su entrenador en Sevilla y un día se animó a reemplazarlo en un partido por bajo rendimiento. Maradona se fue de la cancha insultando a Bilardo, como lo hacen buena parte de los futbolistas.
Dicho de ese modo no es más que una curiosidad. Pero como Bilardo se tomó siempre los enojos al pie de la letra, su relato no parece una exageración: “Yo no advertí los gestos que me hacía ni el insulto que me dirigía. Cuando terminó el partido, los periodistas se me acercaron para preguntarme sobre el tema y les dije que no había existido ningún incidente. Era verdad lo que decía. Como todos los domingos en la noche, me fui a comer una pizza con mi ayudante y al prender el televisor y ver el resumen de la fecha me encuentro con la imagen de Diego puteándome. Salí disparado rumbo a la casa de Maradona, pero al llegar estaba sólo la mujer. Él se había ido a Madrid. El martes siguiente, cuando empezó la práctica, reuní al equipo y le dije que no me sentía bien.
Maradona no estaba. A la tarde lo fui a buscar de nuevo a la casa y cuando la mujer abrió la puerta lo encaré, lo puteé y le tiré la primera trompada en la cara. Me contestó y empezamos a pelearnos en el medio del living. Nos separaron la esposa y el representante. Nos dijeron de todo. Al día siguiente apareció en mi casa, me presentó disculpas y nos fuimos juntos a tomar una cerveza”.
¿Cuántos Bilardos habrá en el planeta fútbol? La expansión de sus ideas, sus métodos y hasta lo que parecen sus grandes disparates alcanzaron tal magnitud que el actual entrenador del seleccionado argentino, Marcelo Bielsa, hermano del canciller, es considerado un heredero de esa cosa científica que parecen proclamar los bilardistas: disciplina, trabajo, orden, estrategia, estudio del rival. Lo de Bielsa es más lineal, a él si lo llaman “el Loco”. Y ha sido tal la victoria del bilardismo que Julio Grondona, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino, confesó que si algún día Bielsa renunciara el primer nombre que le aparece en la cabeza es el de Bilardo. Mientras tanto, en el pueblo de Mazzarino, en Sicilia, la lejana familia se enorgullece de su hijo más famoso. Allá está la cuna de los Bilardo. Aquí, en Buenos Aires, el nieto del viejo Salvatore camina por el campo de entrenamiento de Estudiantes y tira semillas de césped antes de empezar el trabajo. Cualquiera vería allí una escena casi espiritual. Pero el doctor es implacable: sólo quiere saber en qué zonas de la cancha los pájaros bajan a comer las semillas. Es que por allí no han pasado sus jugadores para hundirlas y eso simplemente quiere decir que el equipo no ha usado ese sector de la cancha y merece un reto.
Solo le falta poner la zeta, como el zorro.