Fue
desde pequeño un privilegiado. Creció en el barrio de Capurro
conformado por calles de tierra en las que pasaba los días en la
práctica del futbol, deporte al que su padre le profesaba una pasión
ejemplar que arrastró hacía niveles insospechados al por entonces
desconocido Enzo Francescoli.
Jugar
con sus amigos de la cuadra hasta que la noche se llevara la luz era
la misión que más divertía a Enzo, niño delgado y desgarbado que
en el colegio ya había guiado a su equipo a la conquista de cinco
títulos metropolitanos consecutivos, gracias a lo completo y
exquisito de su juego, conducción impecable del esférico, tiros
libres de precisión milimétrica, remate con la cabeza, tiros
fulminantes con la pierna izquierda, imposible que los busca talentos
no se interesaran en un futbolista de notables cualidades.
Apareció
la oportunidad de probar suerte en el popular Peñarol, escuadra de
la que es hincha declarado el propio Francescoli, pero la larga
espera que tuvo dentro de las oficinas del club al lado de su padre y
los escasos minutos para mostrar sus aptitudes empujaron al joven
uruguayo a una prematura decepción.
El
humilde equipo del Montevideo Wanderers le abrió sus puertas de par en
par, y ahí fue donde la estrella de Enzo Francescoli comenzó su
brillo incesante y de su mano el Wanderers alcanzó reconocimiento no
sólo en la República Oriental del Uruguay, sino a nivel
internacional y se había convertido en el primer “palacio” del
“Principe” Enzo Francescoli.
Elegante
media punta Enzo enamoraba con su futbol a quien lo observara jugar a
grado tal que mediante su talento llegó a convertirse en uno de los
máximos ídolos del River Plate de Argentina, algo disparatado e
improbable para un futbolista uruguayo. Grado de leyenda alcanzó la
carrera de Francescoli en el conjunto millonario, pues basta escuchar
las declaraciones de algunos de sus entrenadores para conocer la
magnitud del fenómeno Enzo Francescoli.
“La
gente llenaba todo el alrededor de la cancha de entrenamiento de
River sólo para ver al “Flaco” entrenar y Enzo era en verdad un
auténtico portento”, reveló en alguna ocasión Américo Gallego,
uno de los técnicos más ganadores en la historia del balompié
argentino.
Lejos
de los reflectores y muy cerca del silencio, Enzo Francescoli siempre
prefirió hablar dentro del terreno de juego y ahí lo hacía a todo
pulmón, como integrante de la escuadra uruguaya la playera número
10 le fue entregada casi por decreto y representó a su país en los
Mundiales de México 86’ e Italia 90’ y escaparates para que el mundo entero reconociera la
calidad del “Principe” uruguayo.
Único
charrúa incluido en la lista de los 100 mejores futbolistas de todos
los tiempos realizada por el mítico “Pelé”, en la despedida
de uno de sus grandes amigos Ariel “Burrito Ortega Enzo Francescoli
jugó el partido con la frescura de la infancia, anotó cuatro
goles, dos de ellos magistrales, uno desde la mitad de cancha y otro
de chilena. Algo apenas usual para un superdotado del futbol, pero
sorprendente con 50 años a sus espaldas en aquel entonces.
Silencioso y de bajo perfil como suele ser Enzo Francescoli a veces
reconoce extrañar el futbol profesional, pero a la vez también
reconoce con una sonrisa: “El futbol me dio todo lo que tengo, pero
también le di todo lo que soy”.
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